- Daniel Márquez Melgoza
PERVERSIÓN DE LA POLÍTICA Y DE SUS INSTITUCIONES
*Artículo de Opinión

Cuando le preguntaron al celebrado Guillermo del Toro, cineasta mexicano cuya película La forma del agua tiene 13 nominaciones para el Oscar, si le gustaba que lo felicitara el presidente Enrique Peña Nieto, contestó en automático:
“No, no me gusta cuando me felicita! No me gusta porque México es un país que ha tenido grandes personas, de todo: atletas, artistas, científicos, filántropos, pero no hay grandes políticos. A veces me pregunto cómo es posible que no nazcan ni diez políticos que hagan lo que se tiene que hacer, que tengan esa vocación… La clase política está pervertida… Hay todo un rollo para hacer justamente lo contrario de lo que se debería hacer…” (en entrevista con Columba Vértiz de la Fuente, Proceso, no.2150, 14/01/2018).
La pregunta a que se refiere Guillermo del Toro nos la venimos haciendo muchos mexicanos, sobre todo en las últimas décadas cuando la sequía de estadistas se ha hecho cada vez más palpable. Recuerdo haber escrito un artículo que titulé “En busca de un estadista”. Esos diez mexicanos si acaso se juntarían hurgando en varios siglos de nuestra historia. Hurgando por ejemplo en la historia de Michoacán encontré los siguientes estadistas: Tariácuri (siglo XIV), Vasco de Quiroga, 1470-1565), José María Morelos y Pavón (1765-1815), Melchor Ocampo (1814-1861), Francisco J. Múgica (1884-1954) y Lázaro Cárdenas del Río (1895-1970) Seis políticos michoacanos que han podido trascender a su tiempo y su memoria nos sigue enriqueciendo (Sí, Vasco de Quiroga es un michoacano adoptado).
La conclusión del director Guillermo del Toro es: “la clase política está pervertida… hace justamente lo contrario de lo que se debería hacer…”” Y tal vez hoy como nunca antes se está haciendo evidente esa perversión de la clase política, sí, la de todos los partidos, aunque proporcional al número de gobernantes en activo (y algunos ex) en las distintas entidades de la República.
La camada de gobernadores del nuevo PRI que tanto orgullo le provocaba al recién presidente Enrique Peña Nieto, ha llevado a tope la perversión de la clase política priista. Si hubiera auténtica democracia en nuestro país, no solo formas democráticas y simulación, el partido en el gobierno nada tendría que hacer en las elecciones del 2018: sin ninguna piedad el electorado nacional le cobraría la puntual factura por tanta corrupción e impunidad con que ha venido gobernando; pero no sólo le cobraría la factura por la administración peñanietista, sino que le cobraría cuentas pendientes de sexenios anteriores, panistas y priistas, que lo tomaron dormido por falta de crecimiento y desarrollo cívico-democrático.
Los electores mexicanos podríamos decir: ahora es cuando me las vas a pagar todas juntas, PRI gobierno tal por cual. Ah, pero la perversión no menos vomitiva es la de burlar la voluntad popular valiéndose del hambre de los millones de mexicanos cuya pobreza y miseria ha sido llevada por el gobierno al extremo y límite de hacerlos perder la dignidad ciudadana, pues por dádivas intrascendentes que no le dan alivio a su miseria, entregan sus votos; tarea que se ve complementada por las instituciones dirigidas a modo para impedir que se consume la necesaria justicia electoral.
A todo esto, Michoacán no canta mal las rancheras. Véase a nuestra clase política michoacana: la perredista en manos de un gobernador que tuvo la ambición de ser candidato de su partido y luego de su coalición político-electoral, para ser candidato a la presidencia de la República, para lo cual al parecer hizo uso de recursos públicos que ahora le están faltando a trabajadores del Estado, razón por la cual hay agitación pública en todo el estado en demanda de los pagos no realizados en tiempo y forma; véase a un viejo priista que fue gobernador a medias por circunstancias de salud y corrupción política, y que ha pretendido ahora ser presidente municipal de Morelia ¡por quinta vez!, por un partido distinto al suyo, cuya bandera es precisamente la lucha contra la corrupción y la impunidad; véase a otra clase política perredista buscando reciclarse en otro partido, Morena, apoderándose de su estructura y tomando decisiones que en todo caso corresponden a la militancia que ha venido trabajando en la construcción de dicho partido.