Los juegos de la infancia son parte de la vida misma, nunca se olvidan, quedan grabados en nuestra mente e incluso, llegan a ser un marco de referencia para recordar cosas que ocurrieron en algún tiempo. La formación de los individuos esta siempre acompañada a la imagen de un juego, un juego que pudiera resultar insignificante pero que nuestra alma de niños los vivía intensamente.
¿Quién no participó más de alguna vez en un juego de canicas? ó de escondidillas, de tochito, de la roña, de matatena; de futbol ó salto del burro; de aquellas sesiones interminables de futbol que a los 20 goles se hacía cambio de portería… tantos que existían y otros que nos inventábamos…
Recuerdo un día de “Los Santos Reyes” cuando dos de nuestros amiguitos llegaron a la Peña en flamantes bicicletas marca Windsor, recuerdo, nos dejaron a todos literalmente “apantallados”, ¡que bonitos colores metálicos, una roja y la otra azul! y ¡ eran de su medida!, es decir, medianas, ¡como brillaban de su pintura y los rayos al rodar!. Me quedaba pensando: ¿cuándo tendría yo una igual?... no pensaba precisamente para divertirme, más bien, que me sirviera para hacer mandados o para ir a entregar el pan de don Casimiro.. Pero era imposible… …¡en la casa a veces no había para comer, menos para tener una bicicleta!...
Un día me junté con la palomilla del Barrio (¡de La Peña, claro!), me dijeron que cuánto dinero traía, ¡ un peso les dije! ha pues con eso te alcanzar para ir a “cá Chavez” ¿y eso que es? pregunté y me dijeron: un señor que “arquila” bicicletas…. … pero yo no sé “andar”… finalmente llegamos a donde alquilaban bicicletas, había de todas y todos tamaños y después de que nos apuntaron me vi con una bici de mi tamaño pero… con una pequeña “pequeña” dificultad… ¡que no sabía tripularla!…
Recuerdo que mi hermano Roberto me decía como… ¡pero el gran miedo me impedía guardar el equilibrio! … en mi primera experiencia como aprendiz de ciclista me gane como diez caídas en el aún empedrado de la Plaza Grande… ese día, - recuerdo- llegamos a entregar y pagar el “arquiler” a Chávez, de quien yo, temía nos fuera a regañar porque el rin de la bici lo entregamos “ligeramente chueco”, pero no, con una gran sonrisa me dijo; no te preocupes gordito, “echando a perder se enseña” - no sé si se refería a mí… o a la bicicleta…
Poco a poco fuí ganándole a la bicicleta, ¡hasta que por fin!, después de muchas semanas y constantes “burrazos” en el suelo, pude adquirir la habilidad necesaria en el manejo de ese maravilloso artefacto; habilidad tal que me volví experto en la ejecución de “La Vuelta del Águila”, “El Salto del Tigre”, conducir sin tomar el manubrio, subirme a la “barra” y hacer el “paso de la muerte” y a toda velocidad treparme en la bici que tripulaba mi compañero al lado, cuidando que mi vehículo no se cayera, eso, y otros ”malabares” hacíamos con las bicicletas del ya para entonces Mi Amigo Agustín Chávez Juárez.
Yo considero que Don Agustín y su hermano Arturo han sido de los hombres de Pátzcuaro que más han aportado al deporte y al empleo, no cualquiera arriesga su patrimonio para ponerlo a disposición de los que en nuestra infancia o juventud carecimos de los medios para tener la oportunidad de contar con una bicicleta propia para el desempeño de nuestro variado trabajo, ya de repartidor de pan, de mandadero, de “celestino”, de vendedor de fotografías ó de reparto de periódicos, entre otros…
Pienso que no hubo un patzcuarense de nuestra generación que no alquilara alguna vez una bicicleta del taller y venta de bicicletas del Güero Chávez.
Recuerdo que más de alguna vez debido al uso rudo que le dábamos a esos vehículos, llegaban a romperse y temiendo el enojo del buen Chávez, nos levantábamos temprano a dejar el averiado artefacto recargado en la puerta o en la banqueta antes que abrieran su taller. Él con esa sonrisa que le caracterizaba y que solo poseen los hombres buenos… cuando requeríamos un servicio posteriormente, no dudaba en volvernos a alquilar la bici porque sabía, estoy seguro, de nuestra necesidad, muchas veces le pedíamos fiado el alquiler y al menos a mí, nunca me negó ¡así era Don Agustín!
Cuando tuve “Mi Burra propia”, - asi le decía a las bicis un tío mío-, Chávez era mi mecánico de cabecera y surtidor de todos los aditamentos: que “los diablitos”, los faros, los dinamos, los colguijes, los ejes, las masas, los eslabones de la cadena, los forros, los parches, en fin, todo lo tenía y a muy buen precio pero .. Lo mejor, ¡allí mismo instalaban todo! por que se hacía rodear de gente de trabajo como Nati, Zarco, Santillán, Beto y otros.
Cuando el Güero Chávez fue llamado a la presencia de Dios, estoy seguro que le entregó excelentes cuentas porque fue un hombre íntegro, que formó una familia con amplios valores morales, un ciudadano generoso, un ser que tripuló su bicicleta en la dirección correcta, “espejeando” con destreza, pedaleando por la ciclo vía de la vida con ahínco, con frenos de mucha precisión muy seguros… y siempre guardando el perfecto equilibrio…