En una finca de mi pueblo natal, Parácuaro, su dueño colocó hace muchos años un busto del general Lázaro Cárdenas en la parte más intrincada de su rumoroso jardín (nunca deja de estar presente el rumor de agua que corre); en la parte baja de la escultura le dedicó cuatro palabras: “Entre árboles, tus amigos”. Cuando esté lista la glorieta del General, aquí en Pátzcuaro, no estará mal dicho si en esa lógica se le esculpen, igual, cuatro palabras, al pie de su estatua: “!Entre autos, mi General!”.
¿Qué le sabía don Rafael Béjar, propietario de dicha finca, al General Cárdenas, para colocar en su busto tan escueta y poco grandilocuente frase? Pues eso, que los árboles eran una de sus pasiones. Habrá sabido que en 1938 en la ciudad de México convirtió en Parque Nacional Los Viveros de Coyoacán, un área de 39 hectáreas (no es para presumir, pero yo trabajé ahí dos años en los sesentas del siglo 20 y lo conocí palmo a palmo).
Contaba la señora Carolina Escudero, viuda de Múgica, que el General siempre tenía en su casa de Pátzcuaro, la Quinta Eréndira (hoy ex CREFAL) plantas para reforestar. Y que cuando desde el fondo veía entrar a un político que no fuera muy de su agrado, al recibirlo le decía: “casualmente estaba saliendo a plantar estos arbolitos, ¿me acompaña?” La mayoría terminaba diciendo que iban de pasadita a saludar, y así se los quitaba de encima.
Recuerdo que un viejo jardinero del CREFAL, de los que conocí cuando llegué a Pátzcuaro, allá por un día de abril de 1977, afirmaba tajante: “el General “vistió” el Cerro Blanco”. Por algo lo diría. (Y los patzcuarenses en seis o más décadas después no hemos podido acabar de “vestirlo”). Años después, cuando formaba parte del patronato del Cerro del Estribo Grande y me ocupaba de darle mantenimiento al empedrado tradicional de la calzada arbolada, contratábamos un empedrador, cuyo nombre ahora no recuerdo, quien presumía: “yo trabajé en el empedrado de la avenida Lázaro Cárdenas y en ésta del Estribo”, me decía. Y yo no lo ponía en duda, viendo sus años y sobre todo viendo esas grandes y elocuentes manos que ya parecían esculpidas en piedra.
Tal vez usted lector esté de acuerdo conmigo en que un bosque es algo mágico, inspirador. Y la magia de un bosque no se concentra en los árboles del centro, sino en el todo de árboles. En esa analogía, la magia de Pátzcuaro queremos verla sólo en las escasas manzanas que comprenden el Centro Histórico, y fuera de ellas pareciera que nos sintiéramos liberados para hacer lo que queramos con la ciudad; parecemos ignorar que el todo del Pátzcuaro Mágico implica también el clima y el arbolado de su entorno que lo hacen posible.
Para mí, la magia de Pátzcuaro ya se anuncia desde que llegamos y somos conducidos y avanzamos por esa hermosa avenida arbolada que se inicia desde el monumento de Lázaro Cárdenas. Recuerdo que al doctor Rafael Flores, a la sazón director de Crítica Regional, medio en el que me abrió las páginas para expresarme en público, celebraba una de mis contribuciones cuando llegué a escribir que ciertas partes de la avenida Lázaro Cárdenas me parecían nave de alguna catedral gótica.
Tan mágica encuentro la avenida Lázaro Cárdenas, que años atrás propuse y realicé un proyecto con estudiantes de educación media superior para dignificar su arbolado (que el presidente Antonio García Velázquez, parcialmente atendió); y en años más recientes, propuse al Cabildo de Pátzcuaro se decretara el uso del suelo de esa avenida; ello, con dos objetivos: preservar los árboles, que son la riqueza natural y cultural de esa avenida, pero que con facilidad se vienen derribando por los negocios modernos que se permite se instalen ahí; y el otro objetivo es que se cuidara en la medida de lo posible el tipo de arquitectura de la avenida, en la búsqueda de que pudiera llegar a hacer sentir al visitante en tránsito, que se estaba en la ruta para llegar al corazón del Pueblo Mágico: su Centro Histórico.
Pues bien, en ese arranque de la avenida, con la glorieta, al menos una treintena de vetustos árboles deberán rendir tributo a la modernidad. La entrada al Pueblo Mágico se hará sentir, entonces, que es a través de una expresión de modernidad ¡espectacular!, como diciéndole a nuestros visitantes: “miren, no estamos tan jodidamente atrasados, en el fondo somos tan modernos como Ustedes, vean nada más esta glorieta de primer mundo. Una cosa es que nos obliguen ustedes a darles gusto conservando unas casas de adobe y teja, y muy otra que nosotros tengamos que comulgar con sus extraños gustos culturales. Pero ni modo, si es para que nos dejen su lana en cada visita, éntrenle, adelante, son bienvenidos”.
Hace varios años escribí un artículo que dediqué a ponderar las obras que había construido el General en esta ciudad para sentar las bases de un pueblo con vocación por el turismo. Lo titulé: Tiempos clave de Pátzcuaro. Fueron obras que estaban dirigidas a convertirlo en el Pueblo Mágico que tiempo después se le iba a considerar. Pátzcuaro le debe mucho a don Lázaro por su visión de estadista. En esa medida se quisiera que fuera honrado.
¿Veremos, finalmente, a nuestro General Cárdenas pastoreando automóviles desde la altura de su pedestal, en lugar de nuevas generaciones de escolares y de pueblo que arropen su monumento para rendirle pleitesía y admiración? Veremos qué papel se le asigna en ese proyecto urbano modernizador.